La realidad, esa que no se puede maquillar con comunicados ni fotos en redes sociales, le está explotando en la cara a la secretaria de Educación de Michoacán. Este martes, Morelia amaneció, una vez más, tomada por profesores de la Sección XVIII de la CNTE. A eso de las nueve de la mañana comenzaran a llegar frente a Casa Michoacán, y después de horas de caos vial, lonas, consignas y bloqueos, emprendieron su marcha por las calles de la ciudad. ¿Su exigencia? La misma de siempre: justicia laboral, eliminación de leyes que consideran perjudiciales y respuestas claras de la Federación.
¿Y Gaby Molina? Muy ocupada…pero no aquí. Mientras la educación en Michoacán se cae a pedazos, la secretaria andaba en la Ciudad de México, sentada en cómodas oficinas con Mario Delgado, según nos dicen, “trazando una ruta” para “fortalecer” la educación en tres ejes.
Tres ejes. Muchas palabras. Pero, en los hechos, la educación pública no va bien. No por falta de ideas, sino por falta de presencia. Porque los problemas no se resuelven desde el PowerPoint ni con boletines optimistas. Se resuelven con liderazgo en el territorio, con capacidad de interlocución y con una comprensión real del terreno que se pisa. ¿De qué sirve planear el futuro cuando el presente está completamente desbordado?

Y es ahí donde Gaby Molina ha fallado. Porque más allá de las cifras, la confianza del magisterio en la autoridad educativa está rota. Las mesas de diálogo son útiles solo cuando hay voluntad, pero irrelevantes cuando lo que hay es distancia, literal y simbólica.
La transformación educativa, si es que realmente se busca, no se logra a 300 kilómetros de donde ocurre el conflicto. Se construye en la calle, en las escuelas, con los maestros. No en giras relucientes para salir bien en la foto.