Tras el asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo Rodríguez, Morena enfrenta una tormenta política que intenta sofocar con la vieja receta: culpar al enemigo.
En Michoacán, las llamas en Palacio de Gobierno y en una estación del Teleférico de Uruapan no fueron encedidas por la oposición. No fue el PAN. No fue la derecha. Lo que ardió fue otra cosa. Una fractura interna de un movimiento que perdió el rumbo.
Bien lo señaló el dirigente estatal del PAN: “Esto huele más a fuego amigo”. Y es que los actos vandálicos no provienen de fuera, sino de dentro. Son producto de un partido en pugna, atrapado entre la lealtad al poder y la frustración de quienes se sienten desplazados dentro de su propio movimiento.
Desde el gobierno morenista, las acusaciones hacia el PAN son un intento torpe de desviar la atención. Un distractor para no hablar del asesinato del alcalde de Uruapan, de la violencia que desgarra al estado, del abandono federal que se palpa en cada carretera y en cada municipio olvidado. Culpar a otros es más facil que gobernar.
