Claudia Sheinbaum salió este lunes a anunciar que su gobierno demandará por difamación al abogado de Ovidio Guzmán, el célebre Jeffrey Lichtman, conocido en los tribunales de Manhattan como un defensor feroz…pero no de las instituciones. A la 4T no le gustó nada lo que dijo.
Lichtman, con la soltura de quien ha visto de cerca cómo se reparte el pastel del narco, acusó al gobierno mexicano de comportarse “más como el brazo de relaciones públicas de una organización narcotraficante que como la líder que merece el pueblo mexicano”. Boom. Misil directo. Y la respuesta de Sheinbaum, lejos de ser firme y fría como correspondería a un jefe de Estado, fue más bien la de una figura mediática herida, más preocupada por su imagen que por los hechos que la rodean.
La narrativa oficial, esa que repite que “no hay contubernio con nadie” y que “los resultados están a la vista”, se tambalea. Porque una cosa es presumir cifras y otra muy distinta es enfrentar los señalamientos públicos de alguien que ha visto de cerca los engranajes del narcopoder desde la otra acera del sistema judicial.
Mientras la presidenta acusa difamación, el caso del general Salvador Cienfuegos sigue sin respuesta satisfactoria.
Lichtman, al colocar en entredicho la independencia del gobierno mexicano frente al narco, no solo desafía a Sheinbaum, sino que mete ruido a la narrativa cuidadosamente tejida por López Obrador y sus sucesores. Y es ahí donde el temblor se siente. Porque si desde Nueva York empiezan a escupir verdades incómodas, la pregunta inevitable es: ¿Cuánto tiempo puede sostenerse el relato de la pureza obradorista frente a la realidad?
Sheinbaum podrá demandar lo que quiera. Pero lo que no podrá evitar es que la sombra de Ovidio, su abogado y todo el aparato judicial de EE.UU., siga señalando una verdad que nadie quiere admitir en Palacio.